Hace unos días recordaba cómo tomé la decisión de
vivir la castidad. ¡Sí! Tomé la decisión de esperar. Es una elección hecha hace
unos años y la cual considero una de las más trascendentales ya que mi alma, mete y corazón sería resguardados para bien por aquél
que me amó primero: Jesús. Considero que su amor es un bien que supera lo
demás.
La
Madre Teresa de Calcuta fue una fuente inspiración para mí y hoy por hoy tengo
una frase suya como lema de vida, en especial en la vivencia de esta bella
virtud:
“El amor para que sea auténtico debe costarnos.”
¡Cuánta
pureza y amor resumidos en una frase! Yo no espero por miedo o algo parecido,
sino por amor a quien me amó primero y quiere que viva un amor pleno. El
sentido de la espera siempre debe ser dar lo mejor de nosotros mismos tanto a
Dios como al prójimo y a la vocación a la que estemos llamados. Pero, hay que
saberlo, lo principal al esperar es conocer el propósito, la motivación por la
que estás esperando.
Yo
encontré esa motivación entregando sinceramente mi vida a Dios con el corazón
completo, y confío en Él en que me guiará en el aprendizaje de su mano
prodigiosa y amable, tanto cuando estoy de pie como al momento de caer. ¡Él me
levantó y me sigue apoyando! Creo que es fácil juzgar, pero tirar la primera
piedra, eso sí es difícil. La esperanza de quien ha alcanzado el perdón después
de caer, es lo que quiero compartir con ustedes. Esa fuerza nace del amor que
se cultiva día a día, porque para amar a otros hace falta amar a Dios. Cuando
tratamos a los demás desde la perspectiva del amor, nos hacemos más “imagen y
semejanza de Dios”.
Dice
San Pio que la oración es la mejor arma que tenemos, es la llave al corazón de
Dios. Para mí es un extraordinario medio para comunicarnos con nuestro Padre,
que nos ama y quiere que amemos como él ama, que tendamos a parecernos a Él. No
hay momentos sin esperanza cuando nos acogemos a su amor, y nos decidimos a
escucharle con el corazón en la oración. Si quieres vivir la pureza, no la
descuides.
Tanto
nos ha amado el Señor, que hasta se hizo pan para ser parte de nosotros. Por
eso acudo a la confesión y a la comunión, porque ejercitarme en la comunión con
el Señor ha mermado mis caídas dibujando una inexplicablemente hermosa sonrisa
en mi rostro. Se nos ha dado sin reservas porque nos ama, y su amor es sincero.
Él vino a cumplir esa misión, y nos invita a los que tenemos la misión de
formar una familia santa a fundar esa vocación sobre la roca de su amor,
siguiendo su ejemplo. La Eucaristía es fuente de pureza, porque el Señor con su
ejemplo nos enseño que lo más importante es el amor. Con la Eucaristía,
aprendemos a subordinar el placer al amor, y así a darle sentido.
Pero,
¿qué seríamos sin la fe? Nuestra madre Iglesia nos lo recuerda. Sin la fe
podemos caer en el relativismo de la innecesidad de la religión. ¡Cuánto daño
ha hecho el relativismo a nuestra cultura! Por eso nos ha dejado nuestro Señor
la fe, recordándonos que la fe sin amor es vacía. Cuando descubrimos a Dios, el
amor nos mueve a amar y la fe va arando el camino. Porque la fe y el amor nos
permiten vivir en la alegría de la esperanza una virtud tan hermosa como la
castidad. Si Dios, no habría razón lógica que nos mueva a la espera, porque la
espera se hace por amor y ese amor nos viene de Dios. Nada nos diferenciaría de
los animales sin esa fe que da razón a nuestra espera, en atención al bien
mayor que se manifiesta en quien dió su vida por todos nosotros. Pidamos la fe
en oración. ¡Con confianza!
Finalmente
pedirle a María Santísima su gracia y cuidado en ese camino pues es nuestra
Madre. Si le pedimos guía ella estará ahí para nosotros, como lo estuvo para
Jesús como una madre amorosa, al pendiente de su hijo. Así, rezar el rosario es
esencial, porque se constituye en nuestra más valiosa arma en defensa de la
pureza. ¿Cómo podríamos pensar en ofender a Dios si cada día rezamos y
meditamos su vida? Rezaré por todos ustedes, recen por mí. Reciban un saludo de
amor.
Crisel Rodríguez (23) - Honduras