¿Qué supone la virtud de la castidad?


"La virtud de la castidad supone la adquisición del dominio de sí mismo, como expresión de libertad humana destinada al don de uno mismo. Para este fin, es necesaria una integral y permanente educación, que se realiza en etapas graduales de crecimiento."
Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica (n. 489)


Antes de entrar en el tema, quiero ponernos en "sintonía" con el párrafo del Compendio que acabamos de leer. Comencemos. Lo primero que dice es que la castidad es una virtud. Más que decirlo, lo infiere; se asume que sabemos que es una virtud. De tal manera que se hace necesario responder, ¿Qué es una virtud y por qué la castidad es una? Posteriormente, encontramos que la castidad, en cuanto virtud, supone la adquisición del dominio de sí mismo. Todos sabemos qué quiere decir el dominio de sí mismo, pero no lo hemos analizado (algo así como el término amor, que todos decimos conocer pero no podemos explicar fácilmente). Así que, según el designio divino de sublime amor para con nosotros, ¿Qué quiere decir y por qué se habla de dominio de sí mismo como una especie de "requisito"? En efecto, el dominio de sí mismo carece totalmente de sentido si no se realiza por un fin, por un objetivo. Ese fin es -continúa el párrafo- la donación de uno mismo. Entra la tercera pregunta; ¿Qué es eso de la donación de uno mismo y por qué se la presenta como expresión de libertad humana? 


Y además, ¿Por qué leemos en nuestro Catecismo que para "donarme a mi mismo" es necesaria una integral y permanente educación? 


Son tres líneas que nos dejan, sin embargo, cuatro interrogantes.


1) ¿Qué es una "virtud" y por qué la castidad es una? Estamos acostumbrados a la estigmatización de la palabra virtud. Estamos sumidos en el hecho de que "ya nadie es bueno", "ya nadie es virtuoso", "los santos eran antes". Dichos como estos han moldeado -y están moldeando- la actitud de los niños y jóvenes de hoy. Sufrimos una crisis de relajamiento en el que nos quejamos de las consecuencias de la libertad de otros para hacer el mal, mientras no ejercemos nuestra libertad para hacer precisamente lo contrario, eso que llamamos "el bien".


Pero ya es hora de predicar y hacer valer la premisa de que la dignidad no se negocia, aunque claro, para eso necesitamos formarnos, para tener argumento. Así nos lo recordó un hombre llamado Simón Pedro:


"Mas, aunque sufrierais a causa de la justicia, dichosos de vosotros. No les tengáis ningún miedo ni os turbéis. Al contrario, dad culto al Señor, Cristo, en vuestros corazones, siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza. Pero hacedlo con dulzura y respeto. Mantened una buena conciencia, para que aquello mismo que os echen en cara, sirva de confusión a quienes critiquen vuestra buena conducta en Cristo" 

(1 Pedro 3, 14-16)


La virtud es una disposición habitual y firme a hacer el bien. Permite a la persona no sólo realizar actos buenos, sino dar lo mejor de sí misma. Con todas sus fuerzas sensibles y espirituales, la persona virtuosa tiende hacia el bien, lo busca y lo elige a través de acciones concretas.



Pero, ¿Quiere decir esto que la virtud, como es una disposición habitual, es una costumbre? ¡Por supuesto que no! Precisamente la virtud es todo menos una costumbre. Una costumbre la definimos como hábito, algo que se hace casi automático, por repeticiones y sin un objetivo más allá de uno mismo. Diferente es la virtud, donde las "repeticiones" vienen a ser ahora el medio del que se sirve el amor hacia el cual se orienta. Por ejemplo, alguien puede tener el hábito de tomar un vaso de jugo todas las mañanas, pero eso no es una virtud, sino un buen hábito. En cambio otra persona puede tener hábito de hacer una oración todas las noches, pero la oración en sí no le proporciona placer o satisfacción, sino el amor hacia el cual se orienta; la persona que ora todas las noches lo hace porque ama a Dios y cuida su relación con Él, no porque le guste en sí el hecho de orar cada noche. Recordemos el hábito de beber jugo todas las mañanas, ese hábito no se orienta, al menos inmediatamente, a un amor hacia Dios, sino hacia sí mismo (gozar de buena salud). Por lo tanto, no es que es malo, sino que es un buen hábito, no una virtud. El objetivo de una vida virtuosa consiste en llegar a ser semejante a Dios. Asimismo, los buenos hábitos pueden contribuir con las virtudes.
Las virtudes humanas son actitudes firmes, disposiciones estables, perfecciones habituales del entendimiento y de la voluntad que regulan nuestros actos, ordenan nuestras pasiones y guían nuestra conducta según la razón y la fe.

Hemos escuchado decir comúnmente que hasta que no se tome la decisión, motivada o no, de superarse y salir del mal, una persona no se puede superar, porque Dios respeta su libertad, aunque nos ayuda a decidirnos por Él. No es casualidad que la virtud se defina como una disposición estable. ¿Cómo vivir una vida virtuosa sin la disposición estable de mantenerse en determinado estado de vida (por ejemplo, la castidad)? Si esa disposición flaquea, por diversas circunstancias, estamos ante un reto, el reto de utilizar nuestra voluntad para optar por el bien, ante la persuasión del pecado y el vacío. Una vez el sacerdote de mi parroquia dijo: El Demonio no es feo.

Al principio me dio vueltas la cabeza y casi inmediatamente entendí. ¡Claro que no lo es! Porque sino, todos le huyeran. Lo que es malo se disfraza de bueno, de inofensivo, para así hacer creer a las personas que lo que digan aquellos que reconocen su condición de malo lo dicen porque son fanáticos. Por ejemplo: Los que insultan a los que viven la castidad, viven creyendo que tener relaciones sexuales prematrimoniales es algo bueno (y hasta "recomendable") y que los que no piensen así son fanáticos retrógrados.

El mal no fructifica si no se pinta de bien, 
y sobre todo si no es considerado como mal.

Estamos constantemente siendo tentados, pero con el ejercicio de una vida acorde con el objetivo que queremos lograr (amar de verdad) podemos desarrollar una disposición estable, que nos lleve a perfecciones habituales del entendimiento y de la voluntad. Así, nuestros actos y pasiones se llevarán a cabo según la razón y la fe (recordemos que las pasiones no son buenas ni malas, sino que adquieren significación moral si se emplean para un acto bueno o malo). Uno de mis lemas es pensar en el futuro cuando viene alguna tentación; de esta forma pienso: Si me mantengo firme, podré amar de verdad. Si cedo, seré utilizado. Evidentemente que de inmediato me niego a ser utilizado para el provecho del demonio, porque fui creado para estar con Cristo.

Las virtudes morales de adquieren mediante las fuerzas humanas. Son los frutos y los gérmenes (quiere decir: antes de) de los actos moralmente buenos; Disponen todas las potencias del ser humano para armonizarse con el amor divino. En el plano natural, la castidad consiste en realzar el valor de la persona frente a los valores del sexo. Y eso, ante las tentaciones, ¡Es la fuerza que nos anima a seguir! ¡Eso es una virtud!


Otra cosa muy importante, además del plano natural, es el plano sobrenatural de la virtud de la castidad. En este plano se encuentra la afirmación del hombre que se sabe llamado a participar del mismo amor de Dios, y que su corazón no se sacia sino con la posesión de ese bien infinito. Si en ese esfuerzo pone sus mejores energías, la pureza le resultará fácilmente asequible; pero si por el contrario, permite que el amor propio y las satisfacciones egoístas invadan ámbitos de su corazón, hallará que éste no le satisface, despertándose en él un deseo cada vez mayor de los bienes finitos (quiere decir: que se terminan), dentro de los cuales con particular fuerza se presentarán los relativos al placer sexual.


La virtud, desde mi consideración, se resume así: Es el arte de negarse a si mismo por amor a Dios, al prójimo y a uno mismo como creación de Dios. En síntesis, significa elegir la vida futura (infinita) por encima de la vida presente (finita). Para que nos entendamos mejor, podrás darte cuenta de por qué la castidad es una virtud observando el siguiente ejemplo clásico: Un chico se enamora de una chica, se llevan muy bien, se hacen novios y a los cuatro meses tienen relaciones sexuales (fin del ejemplo). Recordemos que somos creación de Dios, y por tanto lo que hagamos con otro debe tender a Dios para que cumpla el "plano sobrenatural" de la virtud de la castidad. Este ejemplo que escribí denota que no se ejercitó la virtud, ¿Por qué? Porque si el chico (o la chica) practicaran la virtud, antepondrían la autorización de Dios a su unión (matrimonio). Esto se entiende mejor tomando en cuenta que Dios no prohíbe las relaciones sexuales, sino que establece que debe autorizarlas (Él sabe mejor que nosotros quién debe ser el padre o la madre de nuestros hijos).


Primero ha de ir la autorización de Dios (matrimonio) y luego la autorización conyugal (unión sexual). ¿El hombre y la mujer de hoy han tomado en cuenta, hasta este momento, que estábamos pasando por encima de Dios (al que reconocemos como omnisciente: que lo sabe todo) al decirle: "no nos interesa tu autorización"?





Esta pareja, sea por la razón que fuere, echó por tierra el plano natural de la virtud (anteponer el valor de la persona al valor del sexo) y el plano sobrenatural, es decir, anteponer el deseo de santidad en pareja (deseo de lo infinito) al deseo de unirse sexualmente (deseo de lo finito).


Somos libres, podemos decidir el vacío o la plenitud, si decidimos la plenitud de vida y nos queremos, tenemos que buscar ayuda, apoyo, comunidad. Estos novios pueden decidir optar por la castidad y formarse en esta virtud (obedecer su natural tendencia a lo infinito), o pueden decidir seguir en el efímero placer de complacerse en lo finito.


¡Para eso estamos los cristianos; para ser voz de esperanza en vez de proceder a criticar destructivamente! Por ese motivo no podemos más que sentir compasión cuando no se comprende a la Iglesia con frases como: la Iglesia Católica "prohíbe" el sexo. No es lo mismo prohibir, que predicar la forma llena de plenitud en la cual Dios dispuso que se realice la unión sexual. Además la Iglesia no prohíbe nada; el ser humano decide seguir o no sus recomendaciones, y los católicos, que vemos en la Iglesia la Iglesia de Jesucristo, acogemos sus enseñanzas por entero.


Cuatro virtudes desempeñan un papel fundamental. Por eso se las llama "cardinales"; todas las demás se agrupan en torno a ellas. Estas son la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza. Por los momentos, a nosotros nos interesa más la templanza.


La templanza es la virtud moral que modera la atracción de los placeres y procura el equilibrio en el uso de los bienes creados. Asegura el dominio de la voluntad sobre los instintos y mantiene los deseos en los límites de la honestidad. La persona moderada orienta hacia el bien sus apetitos sensibles (quiere decir: del cuerpo), guarda una sana discreción y no se deja arrastrar para seguir la pasión de su corazón. La templanza en el Nuevo Testamento es llamada "moderación" o "sobriedad". ¿Por qué nos interesa la templanza?


Nos interesa la templanza porque la virtud de la castidad forma parte de esta virtud cardinal, que tiende a impregnar de racionalidad las pasiones y los apetitos de la sensibilidad humana.

Somos seres humanos, tenemos cinco sentidos. Se sabe muy bien que a través de todos ellos podemos empezar a experimentar algún "apetito de la sensibilidad humana". En el caso de la comida, la vemos, la olemos, producimos saliva, nos da hambre. Pero ¿Y si es sólo gula (ganas de "comer por comer", por glotonería). Vayamos entonces al caso de la sexualidad, podemos estar en una fiesta, por ejemplo, y "todo se da" y veo a la chica y ella a mi, huele a perfume, pero ¿Acaso corresponde en ese momento una unión sexual? Ni en el caso de la comida corresponde comer, ni en el caso de la fiesta corresponde la unión sexual. Estamos hablando de racionalidad, pensar más allá que en la circunstancia inmediata. Para eso se requiere educación en la virtud, la cual trataremos en otro momento.


Vamos a finalizar esta exposición de la virtud y la explicación de por qué la castidad es una recordando que:


El objetivo de una vida virtuosa consiste en llegar a ser semejante a Dios. Lo contrario, es ser "igual" a todos, uno más de la masa, del montón que anda necesitado de ayuda espiritual, cuando no material. 


No seamos pura emoción, se requiere formación. Más que sólo disposición, una buena educación en lo que nos vuelve locos de alegría: el amor de Cristo, incluido su perfecto designio divino para el amor humano.


Quedan tres preguntas pendientes por tratar próximamente. Personalmente no creo que se lleven tanto espacio como la presente;